La Biennale di Venezia en 2024: entre la audacia y el exotismo

Actualizado
  • 07/05/2024 12:25
Creado
  • 04/05/2024 15:05
Una mirada a uno de los principales encuentros de arte a nivel mundial, desde los ojos de un artista panameño en una edición en que Panamá tuvo una relevante presencia

Todos los canales llevan a Venecia, dice un viejo refrán marinero. Y así lo demuestra la sexagésima edición de la Bienal de Venecia, el encuentro más célebre de las artes desde el siglo XIX.

Bajo el paraguas de su título, “Extranjeros por todas partes”, congregó especialmente a artistas y delegaciones de América latina, África, Asia y Oceanía (denominados el Sur Global”), entre ellos el primer pabellón de Panamá.

También es la primera vez, desde su fundación en 1895, que la dirige un latinoamericano: el curador brasileño Adriano Pedrosa, quien invitó en el pabellón central a una mayoría de artistas indígenas y migrantes que tocan el tema de la representación de género y la descolonización. ¿Es la condición personal y colectiva o la posición política lo que define actualmente lo que es arte? ¿Es esta una propuesta audaz que busca provocar?

Más allá de la inclusión y la descolonización

Desde hace más de tres décadas, la incorporación de grupos o comunidades fuera del mundo y del sistema de poder del arte ha ido in crescendo, desde performances en la TATE Modern de Londres a mediados de los noventa a contradictorios proyectos comunitarios en la Bienal de La Habana antes de la pandemia.

La canonización de este proceso de inclusión y descolonización a nivel global ha sido Venecia este año. Este proceso ha tenido una historia accidentada: en sus inicios estuvo repleta de sorpresa y crítica, especialmente hacia el sistema del arte, quien progresivamente adoptó estos principios para asegurar fondos estatales y una reputación de conciencia social.

Se trata de un proceso, que, analizándolo bien, desbanca la idea romántica del arte como salvador y más bien reconoce la complejidad de la naturaleza humana y el lenguaje artístico, las estructuras de poder, las grandes diferencias de realidades en el mundo y la simplificación de la idea de estética o estéticas a partir de estas diferencias.

También hay que tomar en cuenta el crecimiento de la enorme influencia de galerías privadas que aportan jugosamente a la promoción de sus artistas en los museos locales de arte contemporáneo y en la financiación de los pabellones nacionales, como ha ocurrido en el pasado con Gran Bretaña y los Estados Unidos.

Por eso la Bienal de Venecia de este año, como parte de esa historia, está llena de obras maravillosas que resisten a ser vistas únicamente a través de un prisma político, de precios, por el número de asistentes o por la popularidad inducida en las redes sociales, así como también a formar parte del sinnúmero de obras exotizadas por sus curadores, patrocinadores o los mismos artistas.

Leones y poemas visuales

Una de las obras que más me impactó por su complejidad y belleza fue la instalación del artista australiano Archie Moore, quien se llevó el gran premio de la Bienal: el León de Oro, junto con el colectivo maorí neozelandés Mataaho. Conversé con Moore sobre nuestras opuestas perspectivas del océano Pacífico mientras visitaba su obra, titulada Kith and Kin, y leía en las paredes del inmenso pabellón australiano su mutilado árbol genealógico (aborigen y europeo) escrito a mano: un pizarrón sinfín. En el medio de la sala, como un altar a la memoria, se exponen archivos oficiales con historias de abusos a aborígenes rodeados por un estrecho foso de agua, bálsamo de reconciliación.

Para Glenda León, artista cubana residente en Madrid y una de las más destacadas de América Latina, sus obras favoritas fueron las del Pabellón de Japón con la artista Yuko Mohri , que combina y crea endebles y delicadas máquinas de sobrevivencia utilizando herramientas comunes, objetos caseros y frutas –una metáfora intima de la supervivencia– y la obra del artista surcoreano Lee Ufan, organizada por la fundación Berggreun en el Palazzo Diedo, en la que combina simples formas geométricas, materiales nobles y luz en el espacio palaciego: “poesía visual”, de acuerdo a León.

Los pabellones africanos, especialmente los de Nigeria, Costa de Marfil, Zimbabue y Etiopía (que estrenó pabellón en Venecia y fue uno de los más populares), presentaron propuestas audaces en lo conceptual y formal, sensuales, humorísticas y de una manufactura impecable utilizando mayormente objetos de uso diario, como botellas de plástico y hasta papel moneda en desuso, para crear esculturas, tapices, pinturas, collages e instalaciones, así como una performance en forma de concierto de jazz continuo y videos que cuentan historias de identidad y migración sin victimizarse.

El pabellón de España, ubicado en los Giardini, bajo la curaduría de Agustín Pérez Rubio, fue uno de los más admirados. Presentó el proyecto Pinacoteca migrante de la peruana Sandra Gamarra, la primera artista no nacida en España que representa a este país en la Biennale. A través de seis salas hace un recorrido de las consecuencias de la colonización española mediante pinturas, esculturas e instalaciones.

“Panameños en todas partes”

Uno de los grandes hitos históricos en el arte panameño ha sido la creación del primer pabellón de Panamá titulado Surcos: en el cuerpo y en la tierra , sugerido por Mariana Núñez, quien es parte del comité organizador.

La comisionada por el Ministerio de Cultura es Itzela Quirós. El pabellón está bien ubicado (cercano al Arsenale, la segunda sede de la bienal), es sencillo y digno, de museografía tradicional en comparación con otros pabellones, pero impecable y efectivo en una presentación que incluye pinturas, dibujos, collages e instalaciones. Contiene dos generaciones de artistas panameños, la primera con más años de experiencia, formada por Isabel De Obaldía y Brooke Alfaro, y la segunda, más reciente, con Giana de Dier y Cisco Merel. De Obaldía en especial ha recibido estupendas críticas, como por ejemplo del diario francés Le Monde y del Art Newspaper, por su instalación Selva en la que combina pinturas, esculturas de vidrio y una banda sonora con voces de migrantes y sonido ambiental de la selva del Darién.

Los artistas panameños no fuimos confinados al recinto del pabellón panameño. Estuvimos presentes en los Giardini, la sede principal de la Biennale. Antonio José Guzmán e Iva Jankovic fueron invitados a ser parte el Pabellón Central, curado por Pedrosa, con una gigantesca instalación de textiles y una serie de performances en forma de desfile que habla de historias de la colonización y la trata de esclavos. El pintor Oswaldo “Achu” de León Kantule y yo fuimos invitados internacionales del Pabellón de Bolivia. Achu es el primer artista guna y de origen indígena panameño en participar en la Biennale. En mi caso, participo por tercera vez en este encuentro, anteriormente representando a Panamá en el desaparecido Pabellón Latinoamericano. En esta ocasión presento dos cortos en super 8, ambos relacionados con la migración y Panamá. El primero, The Last Builder (El último constructor) es un film de carácter poético sobre un trabajador fisicoculturista de origen antillano que construyó el canal de Panamá y que al ser filmado tenía 70 años pero con el cuerpo de un treintañero. El segundo es El mago, que aún no se ha expuesto en Panamá.

El museo de Arte Contemporáneo de Panamá también estuvo presente en la apertura de la bienal con una comitiva integrada por Juan Canela, su curador en jefe, y su equipo integrado por Jennifer Choy y Liz Lasso, acompañadas por Ana Laguna del Ministerio de Cultura. También participó de la apertura visitando y apoyando nuestras exhibiciones, Marcela Ciacci, promotora del arte panameño a nivel internacional.

¿Cómo influirá esta extraordinaria participación de artistas panameños en Venecia en nuestro país?

¿Podremos crear un verdadero diálogo crítico a partir de esta experiencia? Por lo pronto, Venecia ha servido de plataforma internacional a la promoción del arte panameño, una semilla que habrá que abonar en los nuevos surcos, como sueña el título de nuestro pabellón.

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